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viernes, 17 de abril de 2015

A mis 22...

A medida que voy quemando calendarios, olvidando domingos, guardando años, consumiendo días, aumentando mi galería en Instagram y construyendo minutos.
A mis 22… no sé aún cuándo he crecido. 
Puede ser que sea cuando dejas de preferir juguetes por ropa o cuando tu madre te exigía una hora límite de 3 de la mañana para llegar a casa, o quizás sea cuando te enamoras por primera vez. Creo también que es cuando pasas del –no-  del –porque no- del  -porque yo lo digo- por él cuando llegues llámame.
Quizás, pero muy quizás, sea cuando echar de menos algo es igual de placentero como volver a verlo.
Por lo que a mí respecta,  no sé cuando dejé de ser niño para ser adolescente, si cuando me divorcie del Messenger y me lié con el chat del Tuenti.
Tampoco sé cuándo pasé de darme porracitos pequeños a caídas terribles. No sé por qué dejé de dormir con luz, y no sé porque aun duermo en verano con sabana. Sé que, aún, llamo a mi madre para que me traiga el agua el mando de la tele o para que me haga de médico cuando estoy malo.
Creo que crecer además de aumentar de tamaño es ir muriéndote día a día, decidir qué caja de cereales escoger 0,0%grasas de chocolate de miel o sin fibra, o de qué dichoso tren se debe de saltar. Mirarte en fotos de años anteriores mientras se hacen auto- reflexiones a la misma velocidad que se escupe un NO!
Mentiría si dijera  que sé cómo he llegado hasta aquí. Hasta, este par de números mellizos, a estos dos patitos tan de la mano, el uno con el otro, con el objetivo de que nades, explores, viajes y divagues, en estos 22 con contrato de doce meses.
De lo que estoy seguro es que puedo tener 22 de cuerpo pero sigo alargando y estirando la cuerda de los 18, que pienso y actúo con mentalidad de quince, que contesto y me equivoco con edad de diez, que me divierto con edad de cinco y que me sigo enamorando a la edad de 22 de todo aquello que me rodea.
Que quiero unos 22 con montañas rusas abiertas, con puertos para zarpar y unos buenos prismáticos con autorregulación de intuición para verlas venir. Y cómo no, dar mi más sincero pésame a todos aquellos que me dejan subirme y acompañarles día tras día en sus viajes, a esos que cuento con los dedos de la mano derecha y a los de la izquierda también. No puedo dejar a los que me critican, sino lo harían aun más y, por último, a los que estuvieron y no sé si están.


PD:
¡Mama, ven!
- Que…
Apágame la luz…


A.S.M

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