A medida
que voy quemando calendarios, olvidando domingos, guardando años, consumiendo días,
aumentando mi galería en Instagram y construyendo minutos.
A mis 22…
no sé aún cuándo he crecido.
Puede ser
que sea cuando dejas de preferir juguetes por ropa o cuando tu madre te exigía una
hora límite de 3 de la mañana para llegar a casa, o quizás sea cuando te
enamoras por primera vez. Creo también que es cuando pasas del –no- del –porque no- del -porque yo lo digo- por él cuando llegues llámame.
Quizás, pero
muy quizás, sea cuando echar de menos algo es igual de placentero como volver a
verlo.
Por lo
que a mí respecta, no sé cuando dejé de ser niño para ser adolescente, si cuando me divorcie del Messenger y me lié con
el chat del Tuenti.
Tampoco sé
cuándo pasé de darme porracitos pequeños a caídas terribles. No sé por qué dejé
de dormir con luz, y no sé porque aun duermo en verano con sabana. Sé que, aún,
llamo a mi madre para que me traiga el agua el mando de la tele o para que me
haga de médico cuando estoy malo.
Creo que
crecer además de aumentar de tamaño es ir muriéndote día a día, decidir qué
caja de cereales escoger 0,0%grasas de chocolate de miel o sin fibra, o de qué
dichoso tren se debe de saltar. Mirarte en fotos de años anteriores mientras se
hacen auto- reflexiones a la misma velocidad que se escupe un NO!
Mentiría
si dijera que sé cómo he llegado hasta
aquí. Hasta, este par de números mellizos, a estos dos patitos tan de la mano,
el uno con el otro, con el objetivo de que nades, explores, viajes y divagues,
en estos 22 con contrato de doce meses.
De lo que
estoy seguro es que puedo tener 22 de cuerpo pero sigo alargando y estirando la
cuerda de los 18, que pienso y actúo con mentalidad de quince, que contesto y
me equivoco con edad de diez, que me divierto con edad de cinco y que me sigo
enamorando a la edad de 22 de todo aquello que me rodea.
Que quiero
unos 22 con montañas rusas abiertas, con puertos para zarpar y unos buenos
prismáticos con autorregulación de intuición para verlas venir. Y cómo no, dar
mi más sincero pésame a todos aquellos que me dejan subirme y acompañarles día
tras día en sus viajes, a esos que cuento con los dedos de la mano derecha y a
los de la izquierda también. No puedo dejar a los que me critican, sino lo harían
aun más y, por último, a los que estuvieron y no sé si están.
PD:
¡Mama,
ven!
- Que…
Apágame
la luz…
A.S.M
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