Me
sorprende la peculiaridad de las madrugadas. Ninguna es igual. Me llaman mucho
la atención, sobre todo porque se suelen recordar, y las cosas que se recuerdan
es porque han sido muy gratas o muy amargas. Hay madrugadas de fiesta,
madrugadas de insomnio, madrugadas de euforia, madrugadas fugaces, de esas que
ni se sienten ni se notan, y hay madrugadas como la de hoy. Las peores de
todas, las que no se olvidan de ti, ni tú de ellas, que rebotan y aparecen de
repente, que destrozan nuestro cuerpo y nuestra mente.
Como si el
peor tsunami se llevara por delante el mejor paraíso. Tu paraíso, tu cielo, tus
ganas, tus fuerzas y dejara rabia. Rabia por lo que arrasó, lo que tanto costó
construir, lo que nunca dejé de vivir, lo que siempre me hizo feliz.
Y como si,
encima, te sintieras culpable. Por no haberlo cuidado, por no haberlo protegido
de imprevistos, por no haberlo disfrutado aunque hubiese sido un poquito más.
“Recuerdo
cuando desde esta ventana veíamos el jardín, ella y yo” Y es que, no sólo se
llevó mi hogar, también se la llevó a ella, que formaba parte imprescindible de
mi hogar. Mi media vida. Y la busco todavía, en sueños y en lugares que recuerdan
a su amor y compañía.
Porque esto
va de dar y recibir. Como bien dice el refrán, “el que se pone a dar, se pone a
recibir”. Recibir palos, recibir gratitud, recibir todo tipo de sentimientos y
emociones, sean del tipo que sean. Y también de dar, exactamente lo mismo. Por
eso, prefiero entregarme de lleno a la batalla. Prefiero luchar, vencerme y
vengar todo lo que no haya podido
superar. Y arriesgarme a nada. Y perderlo todo.
Así, un
día, tal vez podremos decir que fuimos valientes. Que nos atrevimos, por eso
fuimos héroes. Que hubo cobardes que decidieron no enfrentarse a esta vida. Se
fueron desprendiendo de sus sueños, los enterraron bajo suelo. Y nosotros lo
dimos todo, con nuestro pudor en el tiempo y nuestro corazón en el cielo.
Victoriosos, con la mirada hacia el frente o hacia arriba, nunca abajo, siempre
en alto.
Y dudamos
de nosotros, como duda el león cuando ataca, como duda ese cáncer que mata.
Pero no hubo nada más fuerte que las ganas de vencer, de volver a enfrentarnos
después de perder.
Y subimos y
bajamos, dimos y recibimos, pero lo importante es que ahí estuvimos.
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