Y es que conforme creciste, te diste cuenta de que aparte de la rebeca y del alcohol, el tabaco era de lo que más te tenías que proteger. Y cuando llega el momento, llega. Y pasa. Y sucede y no hay más.
Te lo advirtieron y caíste. Por iniciativa propia o por presión de grupo pero ya forma de tu historia, de tu TODO.
Y en esas estamos, cigarrillos en particular y decisiones en general. La vida misma. Y al final el mismo inicio y casi casi el mismo final. El problema fue saber usar el mechero.
Y nos hacemos mayores y más de uno preferiría seguir sin saber tragarse el humo, cogiendo el cigarro como un pardillo y mirar al frente buscando la aprobación de la grada visitante.
Pero esto ha pasado tan rápido que ya bebemos, fumamos y hasta nos abrigamos para no pasar frio. Pero hay algo que sí seguimos haciendo e incluso que lo hacemos porque lo necesitamos.
Actuamos por impulsos y por primeras sensaciones. Hemos madurado pero queremos encontrarnos con estas situaciones, nos hace sentirnos vivos y niños. Niños que descubren América pero que realmente no caen en la cuenta de que solo la han encontrado. En definitiva niños mayores.
Porque sin duda, es el niño que llevamos dentro el que hace que nuestro yo de ahora se emocione y sufra. Ese niño que llevamos dentro es el que nos da la vida y fuerza en los peores momentos. Y también es el mismo que cuando disfrutas, le da al play de tus recuerdos para intentar igualar esos grandes momentos.
Y será el niño que llevas dentro, el que haga que te la juegues en el momento adecuado, para lo bueno y para lo malo. Será el o ella, la que te empuje, el que te pellizque el corazón o el que haga que te trabes en un momento delicado.
Y así estaremos tiempo, respirando profundo, para acordarnos de nuestra mejor versión y que se decante la balanza hacia el mejor lado.
No olvidéis nunca, que aunque no volveremos a fumar por primera vez, a tomarnos nuestro primer chupito o a engañar a la parroquia familiar de la manera más rastrera, siempre querremos vivir con la sensación de que estas haciendo algo que no deberías y que te apetece.
Y es que los años te demuestran, que no hay cosas que se hacen para bien o para mal. Solo son decisiones que tomas porque estás viviendo más rápido de lo que te habían dicho.

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